El automóvil, invento del diablo, llega a Totana alterando lo cotidiano. Por Juan Cánovas Mulero

El automóvil, invento del diablo, llega a Totana alterando lo cotidiano.  Por Juan Cánovas Mulero
El automóvil, invento del diablo, llega a Totana alterando lo cotidiano.  Por Juan Cánovas Mulero
El automóvil, invento del diablo, llega a Totana alterando lo cotidiano.  Por Juan Cánovas Mulero
El automóvil, invento del diablo, llega a Totana alterando lo cotidiano.  Por Juan Cánovas Mulero
El automóvil, invento del diablo, llega a Totana alterando lo cotidiano.  Por Juan Cánovas Mulero
El automóvil, invento del diablo, llega a Totana alterando lo cotidiano.  Por Juan Cánovas Mulero

No siempre la convivencia entre lo tradicional y lo innovador, entre lo habitual y lo inesperado, se ha producido de un modo ordenado y pacífico. A menudo han chocado ambos intereses, pues se suelen mirar con cierta desconfianza aquellas formas, modos, expresiones, maquinarias… que rompen con la seguridad que ofrece lo que se conoce.

Esta actitud estuvo mucho más arraigada en pasadas épocas, en donde se repetían modelos que la población tenía muy interiorizados y que se encontraban enraizados en el devenir de lo cotidiano. Por lo que se refiere a los automóviles, la extrañeza que despertarían en la población de la Región de Murcia se pone de relieve en la noticia que inserta El Diario de Murcia al anunciar la presencia a principios de 1899 de «dos berlinas automóviles» de turistas belgas en la capital de Cataluña y que pocos días después saldrían «en dirección a Cartagena, donde embarcarán para trasladarse a Argelia».

Es probable que esta imagen que contemplarían algunos vecinos fuese de las primeras de vehículos con motor a gasolina, tal y como recoge la publicación «100 años sobre ruedas» que en 2018 editaba el Archivo General de la Región de Murcia. Por otra parte, los accidentes que acompañaron la inicial andadura de estos mecanismos hicieron que se les mirase con recelo, hasta el punto de ser considerados por concretas voces «como un invento del diablo».
La llegada del ferrocarril a finales del siglo XIX había supuesto un choque importante, con un impacto sobre el vecindario, en tanto que aquella velocidad que competía con los animales de tiro, superándola con creces, se recoge en documentos de la época, expresando el asombro y la sorpresa que producía, como también los atropellos derivados del cruce de los pasos a nivel en las vías férreas, lo que llevó aparejado el que fuesen arrollados personas, carruajes, automóviles… El diario La Verdad en su edición de julio de 1933 informaba del percance sufrido en la población aragonesa de Alagón al destrozar el tren un carro en el que viajaba un padre con su hijo, resultando aquel muerto en el acto y el joven de diecisiete años, «milagrosamente ileso».
Tragedias que también se vivieron en nuestra tierra, algunas atesoradas en la memoria y otras, como la que propaga el periódico La Voz de Totana en diciembre de 1890, conservadas gracias a la hemeroteca. Esta última la sufría un fogonero al caer a la vía con el tren en marcha, «siendo completamente destrozado por la máquina y vagones».


Estas primeras conmociones, en un mundo que lentamente iba cambiando, generaron perturbaciones entre las gentes de la época, ante la dificultad de encajar el progreso con «lo de siempre», convulsión acentuada en los entornos rurales, en donde el inmovilismo era más persistente. Además, las impensadas consecuencias circulatorias derivadas de la presencia de vehículos en las vías públicas, generaron situaciones desconocidas e insólitas, pues comenzaron a tomar entidad, haciéndose frecuentes, y así lo recogen los medios de comunicación del momento, la sucesión de accidentes inimaginables hasta entonces. Estos percances vinieron provocados por diferentes circunstancias, muchas de ellas totalmente impredecibles: espanto de las caballerías, estrechez de las arterias, circulación de vehículos lentos, falta de habilidad para el manejo de las maquinarias…

En esta línea se encuadran los siniestros provocados al espantarse las cabalgaduras por el ruido que desencadenaban los vehículos. En esa confrontación se incluye la noticia que publicaba el diario La Verdad de Murcia, en su edición de 19 de septiembre de 1922, sobre el accidente ocurrido en la mañana del día 15 de ese mismo mes en la carretera de Totana a Mazarrón, en dirección a la diputación de Cañadas de Romero, cuando un matrimonio de ese paraje iba «en su carro con dos mulas», y «en dirección contraria venía un auto, y al ruido del motor se asustaron las caballerías, cayendo al fondo de la Rambla carro y ocupantes, desde una altura de unos treinta metros.

Personados representantes del Juzgado y el médico municipal en la zona del accidente
encontraron «a los heridos en estado de pronóstico reservado», mientras que «el carro resultó con una vara y los varales rotos», resaltando el redactor que se trataba de «verdaderamente milagroso el que resultaran con vida los ocupantes del mismo dada la altura desde donde cayeron».
La estrechez de los viales determinó el trágico accidente ocurrido en la tarde del 24 de marzo de 1924 cuando el automóvil de viajeros que se dirigía hacia la población murciana de Torreagüera, chocaba con un guarda cantón, provocando con la violencia del roce que se desplazase el vehículo y se precipitase al vacío, cayendo de una altura de diez metros, perdiendo la vida una mujer y tres hombres, mientras que otros trece sufrían diferentes heridas.

En otras ocasiones, los accidentes ocurrieron de un modo imprevisible, bien por despiste o negligencia de peatón o conductor, tal y como sucedió en las inmediaciones del Santuario de La Santa, en donde, a finales del mes de octubre de 1922, era atropellado un joven de 17 años, resultando «con heridas en la cabeza y contusiones en el cuerpo»; como también por el tránsito por la vía pública de los tradicionales carruajes y los nuevos vehículos. En diciembre de1927 un choque similar entre un auto de viajeros y un carro tenía lugar en el núcleo cartagenero del barrio de Los Dolores, resultando con heridas leves los ocupantes del vehículo a motor, sin que sufriesen «desperfecto alguno los vehículos».

En agosto de 1930, el periódico Levante Agrario, recoge el accidente que se producía en el término municipal de Totana, provocado por unos vecinos que, procedentes de Barcelona, se dirigían hacia Andalucía. El vehículo chocaba en la carretera nacional con un carro conducido por un agricultor, originando, en esa ocasión, «lesiones a las caballerías».
El cambio de mentalidad, las evidentes ventajas que acompañaban a estos nuevos medios de transporte, la mejora de las infraestructuras viarias, como también de los mecanismos, ha abierto un mundo de posibilidades. Lo que se consideró un invento del maligno pronto pasó a ser reconocido como una valiosa conquista. Ahora bien, todavía estamos sujetos a las graves consecuencias derivadas de accidentes, siendo la carretera una de las principales causas
de fallecimiento.