LA BASTIDA PROTEGIA UN TESORO. (Homenaje póstumo a Ginés Rosa y a quién visito el yacimiento siendo ministro de cultura también fallecido D. José Guirao). Artículo de José Munuera Lidón.

LA BASTIDA PROTEGIA UN TESORO. (Homenaje póstumo a Ginés Rosa y a quién visito el yacimiento siendo ministro de cultura también fallecido D. José Guirao). Artículo de José Munuera Lidón.

Desde la aparición de la agricultura en el Neolítico, los campos de lo que hoy llamamos Totana han sido cultivados de manera ininterrumpida. Empezando desde el mismísimo Neolítico, pasando por la cultura Argárica durante la edad del Bronce, después los Iberos, o los Romanos que no por casualidad hicieron pasar por Totana una calzada como lo demuestra el “miliario del Convento” encontrado en el año 1602 al construir los cimientos del convento de San Buenaventura según Munuera y Abadía. Y mas tarde por Visigodos y Musulmanes que introdujeron las primeras norias y desarrollaron cultivos de regadío. A lo largo de los tiempos el asentamiento humano en Totana ha sido permanente. Hasta que la Orden Religiosa de los Caballeros de Santiago intercambiaron extensos dominios consolidados en otras zonas por estas ricas tierras fronterizas recién reconquistadas, aunque todavía no estuviesen consolidadas y corrieran riesgo de perderse.

Dominados por esta orden religiosa y guerrera los campos de Totana alcanzaron su momento de mayor esplendor, solo superado en términos relativos durante la época Argárica.

Fue durante esta época medieval cuando los caballeros de la Orden de Santiago acuñaron el famoso dicho “En Totana se acababa el pan antes que la gana” dando a entender que en los campos de lo que hoy forman la gran planicie del Saladar se producía un trigo de gran calidad del que se extraía la harina Candeal con la que se elaboraba su famoso y rico pan. Al tiempo que el mejor forraje para ganado en forma de Alfalfa Totanera que ya desde tiempos Argáricos se plantaba junto a la cebada, una práctica que se mantuvo de manera ininterrumpida hasta los años 70 del s. XX desde que aquellos primitivos agricultores que habitaban La Bastida y sus alrededores, descubrieron la perfecta simbiosis entre alfalfa y cebada ya que la primera hunde sus largas raíces en la profundidad de la tierra, mientras la cebada lo hace superficialmente extrayendo los nutrientes de ambas capas. La realidad es que el rendimiento de este cultivo mixto es mayor que plantado por separado, siendo especialmente beneficiada la alfalfa, en su primera siega.

Esto fue así a lo largo de siglos hasta que se produjo el primer gran desastre ecológico del que tenemos noticia por estas tierras que fue la práctica desecación del acuífero subterráneo existente en la planicie que hoy llamamos El Saladar de Totana. Inicialmente drenando el terreno para aumentar las áreas productivas, desecando charcas mediante la construcción de los “derramaores” que todavía hoy se pueden ver y finalmente gracias a la proliferación de bombas sumergibles también conocidas por estas tierras como “bombas buzo” que a partir de los años 50 minaron los campos de Totana dada la necesidad de aumentar la producción agrícola, lo cual se consiguió, no sin pagar un alto precio debido a la incapacidad natural para reponer el acuífero al ritmo que se exprimia. La irremisible regresión del nivel freático condujo a la práctica desecación de las aguas fósiles que durante miles de años las ramblas de Lebor, La Santa y el rio Espuña habían acumulado en un acuífero donde se pasó de extraer el agua mediane norias tiradas por burra a excavar pozos cada vez más hondos, llegando los sondeos hasta profundidades cercanas a los 300m. Para rematar el desastre, las aguas que surgían desde tanta profundidad arrastraban demasiada concentración de sales y dejaron de ser adecuadas para la mayoría de cultivos. Aunque la cosa no acaba aquí puesto que como había cultivos que admitían esa salinidad, como melones y pimientos, ello condujo a una progresiva salinización de la capa fértil y su inevitable degradación.

Después de hacer esta semblanza histórica de lo que fue un tesoro para la agricultura, desde su aparición hasta que la mano del hombre se lo cargó, me aventuro a lanzar la hipótesis de que en lo que hoy es Totana residió la cuna de la agricultura Europea al menos de esa agricultura que desde la época Argárica fue capaz de alimentar a la masa de población más grande conocida en toda Europa durante aquellas fechas, asentada de manera permanente en lo que fue su principal núcleo y hoy conocemos como La Bastida de Totana.

Eran tiempos en los que la Humanidad transitaba entre sus orígenes nómadas y el sedentarismo actual, mientras se desarrollaba la primera ciencia experimental conocida, la agricultura. Es sabido que las prácticas agrícolas aparecieron en diferentes lugares como fruto de la observación, probablemente de aquellas primitivas madres que no salían a cazar y tenían más tiempo para recolectar y observar. Pero esta habilidad agrícola no fue útil mientras no se desarrolló lo suficiente como para alimentar grandes grupos de población. Es en ese punto cuando aparecen en Oriente Próximo la civilización Mesopotámica, junto a los ríos Tigris y Éufrates y posteriormente la egipcia en torno al Nilo. También en la América precolombina o en el lejano oriente se desarrolló la agricultura. La conjunción entre agua y tierras fertilizadas por limos fluviales hicieron que la agricultura fuese capaz de sustentar grupos humanos importantes. Ello favoreció el asentamiento permanente en aquellos lugares que reunían condiciones adecuadas para acometer una agricultura con la extensión suficiente, donde poder rotar cultivos, obtener una productividad adecuada y cubrir la necesidad de alimentarse, dejando de ser la provisión de alimento una preocupación cotidiana.

También es sabido que el desarrollo de la agricultura condujo en paralelo al desarrollo de la ganadería doméstica que progresivamente desbancaría a la caza como única fuente para consumir carne e induciría al desarrollo del pastoreo, dando lugar a la parición de subespecies como la cabra Murciano-Granadina, originaria de lo que fue el área de influencia de la Cultura  Argárica que ha llegado hasta nuestros días como la mayor productora de leche de su especie.

Hace 4200 años emergió una ciudad protegida por una imponente muralla, La Bastida de Totana. Dos preguntas surgen de manera inmediata ¿qué protegían? y ¿de quién?

En un tiempo en que la humanidad transitaba hacia el sedentarismo, es lógico que coexistiesen comunidades nómadas y los Bastienses tratasen de proteger del saqueo su más preciado tesoro formado, no por alhajas ni metales preciosos, sino simple y llanamente por los excedentes de cereales y leguminosas procedentes del cultivo de la fértil planicie del Saladar. Este era el verdadero tesoro de la Bastida y el secreto de su grandeza. Los Bastienses habían desarrollado y perfeccionado las técnicas de la agricultura de secano.

A diferencia de las civilizaciones asentadas junto a los grandes ríos de Oriente Medio, la Argárica, careciendo de caudalosos ríos y de los limos con los que periódicamente se enriquecían las tierras, asentó su producción agrícola en la planicie que hoy conocemos como El Saladar de Totana y para mantener la fertilidad de las tierras descubrió las bondades del estiércol animal, siendo de este modo los campos de lo que hoy es Totana presumiblemente el primer lugar de Europa donde de forma masiva se utilizaron fertilizantes orgánicos para la agricultura. Confluyendo en este territorio todos los factores necesarios para desarrollar la primera agricultura de secano de Europa, empezando por una gran planicie de humedales, regados por las ramblas de Lebor, La Santa y el rio Espuña con un elevado nivel freático muy cercano a la superficie, que en momentos de abundante pluviosidad, colmataba el acuífero hasta anegarlo en sus zonas más bajas. Las especiales condiciones de esta planicie pervivieron hasta que la mano del hombre las desecó por sobreexplotación en el siglo XX cuando durante los años 70 estas planicies perdieron la peculiaridad de mantener el adecuado grado de humedad a escasa profundidad, que en su momento además de reducir el riesgo de heladas, favorecía el cultivo de leguminosas y cereales que no se podrían desarrollar sin abundantes lluvias o mediante una técnica desconocida en la Edad del Bronce, llamada regadío. Añadamos las peculiaridades del clima mediterráneo, temperaturas suaves y precipitaciones escasas, con abundantes horas de insolación y llegaremos a la conclusión de que al igual que en Oriente Próximo, fue precisamente aquí en el Sureste de la Península Ibérica donde los primeros europeos tuvieron todo lo necesario para desarrollar una agricultura capaz de mantener los núcleos de población surgidos desde el momento en que no era necesario desplazarse para poder comer.

La capacidad de producir alimentos en el gran humedal del Saladar, su cercanía a puntos elevados,  fácilmente defendibles como el asentamiento de Tira del Lienzo o la misma Bastida, frente al pillaje de otros grupos humanos que continuaban siendo nómadas, propiciaron la aparición del asentamiento más importante de Europa en la Edad del Bronce, con una población estimada entre los 800 y 1200 habitantes cuando la esperanza de vida era muy inferior a la que hoy tenemos y la mortandad infantil muy elevada. Son números que pueden parecer pequeños pero extrapolados a la actualidad, equivaldrían a una ciudad densamente poblada, más aún en términos relativos, si tenemos en cuenta la población mundial existente en la Edad del Bronce.

Podemos entonces proponer la hipótesis de que los Argáricos asentados en La Bastida fueron la primera civilización de agricultores que existió en Europa, comparables a los pueblos agrícolas que habitaron Mesopotamia o Egipto y gracias a las peculiares características que en la Edad del Bronce tenía el acuífero fósil que hoy llamamos El Saladar de Totana desarrollaron una agricultura  de secano suficiente para alimentar a la más grande masa de población Europea de aquellos tiempos concentrada en una <ciudad> que pudo ser la capital de la cultura Argárica y que más pronto que tarde, con el trabajo de todos, será reconocida como lo que ya es, un Patrimonio de la Humanidad.

 

José Munuera Lidón