El hospital de la Purísima en Totana, origen y primeros pasos de un proyecto solidario. (Juan Cánovas Mulero)

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El hospital de la Purísima en Totana, origen y primeros pasos de un proyecto solidario. (Juan Cánovas Mulero)
El hospital de la Purísima en Totana, origen y primeros pasos de un proyecto solidario. (Juan Cánovas Mulero)
El hospital de la Purísima en Totana, origen y primeros pasos de un proyecto solidario. (Juan Cánovas Mulero)
El hospital de la Purísima en Totana, origen y primeros pasos de un proyecto solidario. (Juan Cánovas Mulero)
El hospital de la Purísima en Totana, origen y primeros pasos de un proyecto solidario. (Juan Cánovas Mulero)

Creación e iniciales gestiones de un establecimiento benéfico. Las primeras referencias
a un espacio hospitalario en la historia de nuestro entorno geográfico se sitúan en la villa amurallada de Aledo, bastión de seguridad durante siglos. En ella constata su existencia
el visitador santiaguista en la inspección que realiza a la población fortificada en julio de 1536, describiendo la edificación como un conjunto con dos grandes dependencias (a cada una de ellas le llama palacio, término referido entonces a un salón amplio o principal) y «una cocina con su chimenea», manteniéndose con «las limosnas que da la buena gente», al no tener «bienes ni posesiones». Debió de ser un punto de principal significado en tanto que en él tendrían puesta su mirada los moradores ante la aparición de enfermedades, fiebres, infecciones o cualquier otra dolencia, también ante la necesidad de amparar a los pobres del lugar, así como a los peregrinos y transeúntes que llegaban.


Es creíble pensar que con el progresivo traslado de las gentes hacia el valle a lo largo del
siglo XVI, habitado para la década de 1530 por más de cien vecinos y, además con la certeza
de «que se aumentará y crecerá», presagio corroborado en 1549, al constarse el asentamiento de 280 vecinos, el que fue «arrabal de Totana», donde estaban «las labores de
la villa de Aledo», requirió de la instauración de un ámbito de beneficencia, con lo que es
posible que aquella institución de solidaridad bajase al llano, bien como prolongación de
la existente en el recinto defensivo o de nueva construcción, pero constituida con similar espíritu. Esta entidad, radicada ya en Totana, funcionaba para 1568, pues en ese tiempo
se instaba, en real provisión, al alcalde mayor de Caravaca a la búsqueda de médico que
residiese en la villa y curase «especialmente a los pobres y enfermos del hospital».


Evolución y principales actuaciones del hospital de la Purísima asentado ya en Totana.
Emprendía su andadura en el nuevo espacio al impulso de la Encomienda de
Santiago, pero alentado por el Concejo a fin de ofrecer un elemento más de referencia y
atracción de cara a fijar el poblamiento en el valle. Desde sus primeros pasos se vinculó el
hospital a la cofradía de Nuestra Señora de la Purísima Concepción, encargada de su
gestión y sostenimiento, instalándose junto a la ermita dedicada a dicha advocación mariana,
y que hasta 1567 estuvo consagrada a la protección del apóstol Santiago, en el entorno
en donde se levanta la actual capilla de la Milagrosa, próximo al colegio del mismo
nombre y al jardín de las Hijas de la Caridad.
Durante siglos este establecimiento sanitario dependió de «la exclusiva dirección y patronazgo
de la autoridad eclesiástica».
Las desamortizaciones de 1855, impulsadas por Madoz, asestaron un duro golpe a la fundación hospitalaria, perdiendo una considerable parte de su patrimonio, resultando muy
mermado su nivel de intervención. Las crónicas señalan que para ese tiempo disponía
únicamente «de un pequeño local capaz tan solo para tres enfermos», de los que «cuidaba
un hospitalero cuyos servicios pagaba el municipio por haber desaparecido la cofradía de
Nuestra Señora de la Concepción». Esta penosa situación se prolongó durante varias décadas, encargándose «mayordomos perpetuos nombrados por el Ayuntamiento» de la administración de las escasas rentas de limosnas «recogidas en las eras en la época de la recolección y por una cuadrilla que en los días de Pascua postulaba por las calles».
La intervención municipal materializó su cometido a través de la Junta de Beneficencia y de la de Sanidad.
En este escenario pervivió el enclave hasta que, en julio de 1887, «en virtud de un convenio celebrado entre el municipio y las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, quedaron encargadas del hospital», con lo que comenzaba una nueva vida para el centro, ampliando su oferta a la de asilo.
De ese otro momento trataremos posteriormente.

A pesar de sus limitaciones, la entidad desempeñó a lo largo de su historia un papel esencial en el mantenimiento sanitario del vecindario, asistiendo a enfermos, accidentados, ancianos, transeúntes y expósitos, afrontando la atención domiciliaria en momentos de infecciones contagiosas, o con personas muy débiles que no podían moverse de su vivienda. En esa misma línea se preocupaba del traslado de enfermos a otras poblaciones en busca
de tratamientos más eficaces, como también de acompañar a los niños sin padres reconocidos a las casas de expósitos. En circunstancias de normalidad sanitaria los habitantes hacían muy poco uso de él, recurriendo para los problemas diarios a
los remedios tradicionales, en los que las hierbas, las oraciones y los ungüentos suponían un básico paliativo.
La presencia de sangradores y curanderos fue un recurso de uso muy generalizado, teniendo
incluso que legislar el Ayuntamiento al respecto impidiendo sus actuaciones en momentos especialmente graves, en los cuales esos auxilios de corte psicológica o mediática se alejaban de cualquier consecuencia efectiva.
Al tratarse de una creación hospitalaria pequeña, contaba con un reducido número de personal,normalmente uno o dos hospitaleros, encargados  del cuidado directo de los ingresados, un médico cirujano y muy escasa servidumbre. Habitualmente el hospitalero titular ocupaba parte de las dependencias del dispensario. En los diferentes inventarios
se recoge un número de camas de admisión de enfermos de entre tres y seis, a la vez que se menciona un habitáculo para acoger a los pobres, en el que, además, existía una cocina.

Fundamentos económicos del hospital de la Purísima. Su sustento se cimentó en las cuotas
en metálico de los cofrades, como también de los recursos procedentes de limosnas y donaciones.
De hecho, los hermanos de la cofradía regularmente salían por la población a recoger
las contribuciones de los vecinos. Para este menester la cofradía de la Concepción tenía
determinados los primeros domingos de cada mes y los miércoles en el mercado semanal.
Pero, además, recibía donativos en la noche de Jueves Santo. Por otra parte, la Encomienda
de Santiago le tenía asignada una pensión anual, al igual que el Concejo. Contó con cuadrilla
de ánimas que en la interpretación de sus cantos recaudaban fondos para este fin, con
lo percibido de las actividades derivadas de la celebración de la Candelaria, principalmente
de los fondos procedentes de la «subasta de una tortada» y de las representaciones teatrales
que organizaba (espectáculos conocidos popularmente como «comedias»). Asimismo,
se afianzaba con los caudales derivados de las imposiciones de multas y del arrendamiento
de la «mesa villar», adscrita a la llamada «casa de los Trucos». Otro principal apartado que nutría su presupuesto gravitó en las aportaciones en especie (cereal, seda, aceite, ovejas…).
Complementando el capítulo de ingresos dispuso de un considerable peculio en bienes
inmuebles y agua para riego, procedentes la mayoría de ellos de legados de testamentos.
En un inventario de 1685, aparecen recogidos de esas cesiones «cincuenta censos, con un
capital de 27.000 reales, siete casas… en principales lugares de la villa, varias fincas rústicas,
valoradas en más de nueve mil reales… y algunas rentas de importancia como la de sesenta
y seis fanegas de trigo que pesaba sobre cierto molino».